El cuerpo como campo de batalla y nuestra mente la trinchera



    Las siguientes líneas se encuentran enmarcadas desde la lucha contra los estereotipos, la violencia y la discriminación. Se activa, frente a lo que nos estipularon socialmente como lo que está bien o está mal, “lo correcto y lo incorrecto”, surgiendo la urgencia de una mirada inclusiva, repensando nuestras prácticas y las de todos.

    La importancia del cuerpo (sobre todo del femenino) ocupó un lugar céntrico en distintas culturas, y por ello la mujer siempre tuvo que pagar un alto costo para llegar a ese ideal. Costo de miradas ajenas y miradas propias, miradas que iban cambiando en un mismo día/mes o incuso durante años. Es así entonces, como el cuerpo se vuelve terreno de batallas hirientes y enajenantes para el sujeto, y la subjetividad queda arrasada por esta presión social (o por la opresión/exclusión a la que se llega) perversa para nuestro ser.

        Nunca nos ponemos a repensar esto porque pocas veces nos hizo ruido. Nos damos cuenta cuando, por ejemplo, comenzamos a contraponer los privilegios de ser flaco o gordo, ya que no son los mismos a los de ser alto o bajo, de ser rubia o morocha. Al principio me costó encontrar estos privilegios de algunos en la sociedad, pero sí, existen. Existen en tanto existen los juicios de valor que emite el resto, ese resto que está influenciado por un discurso que se instala como verdad, discurso que marca poder y autoridad en quienes lo escuchan y sin darse cuenta lo comienzan a reproducir.

    En los Siglos XVII y XVIII el ideal de belleza y signo de salud eran lo que hoy llamaríamos sobrepeso. Este énfasis en la imagen y la preocupación por tener el cuerpo delgado comienza a aparecer luego de la Segunda Guerra Mundial, exactamente en los años 60. Es allí donde las mujeres comienzan a tener insatisfacción con alguna parte del cuerpo.

    No cabe dudas que ser y verse delgada es una condición extremadamente deseada, sin darnos cuenta que ese ideal propuesto se encuentra bastante alejado de las posibilidades de las mujeres reales. Es allí, en donde se les pide una figura cada vez más pequeña, cuando en realidad (según estudios realizados) las medidas corporales comunes en las mujeres van en aumento con el pasar de los años (por ej. en altura). Esto genera consecuentemente una brecha mayor entre este ideal inalcanzable y, por ende, comienza a haber un perfeccionismo desadaptativo. Este último traducido en ciertas conductas disfuncionales en la cotidianidad en donde la mujer se somete a un “todo vale con tal de ser flaca”.
    Ante esto, las mujeres comienzan a imponerse una presión traducida en dietas restrictivas, ejercicio físico excesivo, y conductas purgativas acompañadas por el sentimiento de culpa que les genera el comer. Es así, como, en algunos casos, se llega a quedar inmerso en un trastorno de la conducta alimentaria (siempre y cuando entren en juego otros factores biológicos, psicológicos, sociales y genéticos), habiendo en los últimos años un mayor número de casos de TCA en consonancia con esta cultura de la delgadez.

    Sin ir muy lejos, esto lleva a que en nuestra vida diaria nuestro cuerpo sea no querido, y criticado por uno mismo. El espejo se vuelve un tema que a muchas mujeres abruma, e incluso llega a ser un OBJETO evitado para no enfrentarse no con su imagen, sino con la imagen de la sociedad. Sociedad que sobrevalora la imagen corporal, y pone en primer lugar el peso en la balanza, dando un lugar a una baja autoestima proporcionalmente direccionada con la imagen negativa de nuestro cuerpo.
Siempre nos importó y nos importa cómo nos ve el otro, o si le va a gustar al otro, porque obvio, somos sujetos sociales y nos definimos en base a ello. Pero nunca nos preguntamos por qué estaría mal estar gordo (más allá de los factores de riesgo) desde lo estético. Lo que está mal, en realidad, es esta sociedad, la que humilla y discrimina, sin pensar en esa persona que lidia con sus propios esquemas y pensamientos. Lidia con su mente, su mente que se vuelve refugio de estos disparos (culturales) hacia el psiquismo, siendo esta, la arquera de las consecuencias negativas en la salud -mental-.

    Los estímulos externos influyen en nuestros pensamientos, en nuestras creencias nucleares (“soy gorda, no me van a querer”, “Si soy gorda no puedo ser exitosa”) y comienzan a aparecer entonces las expectativas sociales negativas. Los sentimientos que emergen son el de miedo y fracaso, la atención se vuelve selectiva frente a reacciones negativas de resto y las valoraciones acerca de nuestro al rededor se viven como si fueran una amenaza. Esto, lleva entonces, a evitar o a desplegar un mecanismo de defensa, en el que comienza el aislamiento y el circulo vicioso se acelera.
    
    Ante ello debemos por lo tanto replantearnos, ¿Por qué en primer lugar ponemos a nuestro cuerpo para querernos y valorarnos a nosotros mismos?, ¿Por qué la autoconfianza y la autoestima pasa solamente por una balanza y un espejo?. Replantearse aquellos aspectos positivos de sí mismo y las fortalezas que tenemos dejó de ser una prioridad, para vivir resaltando nuestras insuficiencias e imperfecciones.

    Es fundamental ante esto, que tengamos en cuenta que los pensamientos deben ser trabajados siempre como hipótesis: en primer lugar identificarlos (o identificar el problema) y en segundo lugar ponerlos a prueba con evidencias y con fundamentos a favor y en contra. Frente a ello cuestionarnos: ¿Se tienen alternativas para pensar al problema de otra manera distinta?. ¿Hasta qué punto estos pensamientos no me permiten desplegarme adaptativamente en mi entorno?.
    
    Por último, evitar nuestra imagen nos lleva a un lugar del que difícilmente podamos salir para sentirnos mejor. Debemos no evitar nuestra imagen, amigarnos con ella. Exponernos gradualmente a ese espejo que muchas veces devuelve algo distorsionado de lo que somos en realidad. Aprender a mirarnos en general, y no ver solamente por partes seleccionadas y en detalle. La personalidad y el ambiente, funcionan como desencadenantes y factores de mantenimientos de estas cuestiones, por ello es importante registrar en qué momento me expongo (¿Estoy enojada/estoy triste?;¿Vengo de mirar influencers en Instagram con cuerpos “perfectos”?) y con qué objetivo me miro (¿Voy a ir a buscar elevar el malestar?, o ¿busco lo “malo” en mí?).

    Aquello que tiende a elevar el malestar, nos lleva a la restricción y por ende a un control que determina el posterior descontrol (ciclo malestar-dieta-atracón). Para ello, es necesario tener en cuenta la búsqueda del equilibrio continuo. Y este no se consigue fácil, es un construcción que va apareciendo en un trabajo interno pero que también, muchas veces, se vuelve una lucha contra los otros (familia, amigos, entornos/ámbitos sociales).
    
    El camino es largo, pero no imposible. El trabajo sobre el autoestima no es una decisión que cambiará todo de un día para otro, es algo que debemos edificar continuamente, y que muchas veces necesita de otro profesional que acompañe.-

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